lunes, 9 de julio de 2007


Jorge Luis Borges: la bisagra artística de las ciencias contemporáneas

Por Freddy Quezada

Mis padres, un herrero y una sirvienta, no me heredaron una hermosa y surtida biblioteca, como Octavio Paz cuenta que fue la suya, donde se recreaba con los clásicos europeos en sus lenguas natales; ni me eduqué en bibliotecas empastadas y amplias donde solía esconderme de mis hermanos, como narran con delicia García Márquez y Vargas Llosa; ni fui objeto de la ira de mis mayores por haber descuadernado algún texto que no fueran los exigidos en mis cursos escolares; nunca he visto tantos libros juntos como de los que habla Jorge Luis Borges en sus cuentos y no creo que leer mucho sirva de algo. Europa, el continente más ilustrado, aún se hace la guerra y la patria de los filósofos, un día, quiso exterminarnos a todos. Un par de fracasos amorosos terminó de hundirme en la lectura que, de pasión, se me convirtió, con el tiempo, en crueldad. ¿Cioran era el que odiaba a Kant porque jamás notó un acento de tristeza en sus obras?
Mis primeras lecturas fueron novelitas de vaqueros, algunos de cuyos autores no olvido. Keith Luger, Silver Kane, M.L Estefania y Clark Carrados fueron mis primeras lecturas serias. Después vendría toda la vulgata marxista, para impresionar a las chicas, salpicadas de una u otra novela del "boom" latinoamericano para pasar por culto y antimperialista en los salones universitarios.

Jorge Luis Borges, me llegó fragmentado y soltero en unos insoportables días azules de esos que asfixian a fuerza de su violencia. Ficciones, El Libro de Arena, El Aleph me llegaron tarde, cuando Borges era Borges y yo un borrachito feliz, blando y saciado. Sólo más tarde, sus obras completas llegarían por la bondad de una pareja de ancianos que me las obsequiaron en un día gris y dichoso. Las obras, en verdad, eran incompletas porque fueron publicadas en vida del autor y, entre otros trabajos, faltaba "El Otro", que se lo agregué fotocopiado y el poema "Nostalgia del Presente".

Debe decirse de Jorge Luis Borges, lo que se ha dicho de Darío, si este trajo la música del francés al español, aquel llevó la brevedad del inglés y la profundidad del alemán, al castellano.

Pero este alambicamiento, a ratos, en su conjugación con nuestro idioma, le brinda un misterio que más bien lo emparenta con las sabidurías orientales hindú, árabe y chinas (de donde desprende sus relatos más célebres "Las ruinas Circulares", "El Zahir", "El otro", "Borges y yo", "El Jardín de los Senderos que se bifurcan", "El Mapa del Imperio", "Acercamiento a Almotásim") la misma que le ha proporcionado a los filósofos de moda, ese encanto que hoy se nos presenta como hechicero y extraño. Sobre la búsqueda de la verdad y la amistad, Borges dijo una vez: "Los taoístas de la antigua China lo explicaban en forma bellísima: decían que alguien que buscara desesperadamente a un amigo, estaba predestinado a no encontrarle jamás. Que uno no debía buscar nada, hacerse como un espacio vacío, sin deseo alguno, y todo deseará llegar a ocupar ese espacio vacío; que comparaban con una jarra de agua sucia: si uno pretende limpiar el agua, agitándola, moviéndola nunca lo conseguirá, pero si la deja reposar, quieta, poco a poco el agua se aclarará por sí misma. Después del taoísmo, no busqué nada en mi vida".

La filosofía ha pasado de la conciencia al lenguaje; del sujeto a la comunicación y este terreno, como se sabe, lo comparten tanto científicos como artistas. Tal semblanza me ha parecido que hace de Borges un precursor de la nueva filosofía de la ciencia y bien podríamos decir que es su poeta o, al menos, su bisagra.

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